El niño de la piedra: una leyenda de Jala, Nayarit

 “Cuando hizo erupción el volcán Ceboruco, las familias de Jala, localidad situada a sus faldas, se apresuraron a salir del pueblo. Era febrero de 1870, no había luz eléctrica, las casas eran chozas de paja; las calles, de mera tierra. Se oía el estruendo del volcán; la lava avanzaba en su leve deslizamiento; el aire espesado por la ceniza apenas permitía respirar. Los habitantes se despertaron apresurados para ponerse a salvo. Una familia que vivía en la hoy calle Guerrero, por la que se llega al volcán, levantó a sus hijos para huir; sin embargo, en el ajetreo, un niño de cerca de seis años quedó rezagado. Intentó ir tras sus padres, pero fue imposible alcanzarlos entre la neblina del polvo volcánico. Cuando padre y madre se percataron de la ausencia, quisieron volver por el niño, pero el tumulto de la gente que venía detrás, más la prisa por salvar a quienes iban con ellos, no pudieron hacerlo.

Años después, los matanceros que de madrugaba se enfilaban al rastro ubicado en la misma calle, divisaban a un niño que salía de la mitad de la cuadra, para sentarse en una piedra de la esquina. Ahí miraba el camino al Ceboruco esperando el regreso de sus padres. Los matanceros se alumbraban con candiles de petróleo; en cuanto se acercaban, el niño desaparecía, sin que pudieran dar cuenta de a dónde ingresaba. Más de una vez tocaron a la puerta de la casa más cercana para informar que un niño había salido a la calle a esa hora. Las familias, extrañadas, respondían que no tenían niños de esa edad o que todos se encontraban dentro de casa.

Mi generación y muchas más, escuchamos esta historia de nuestros padres, quienes, a su vez, la escucharon de sus padres y abuelos”.

Autor:  Miguel González Lomelí



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