LEYENDA DE MOLOLOA Y SANGANGÜEY
Es el caso de este lugar hacia el sureste había una princesa que era visión celeste;
Mololoa era hija de Trigomil, y había
en ella la más bella rosa que viera el día.
cuál de las tentaciones un adorable arcano;
y eran sus ojos negros, muy negros y muy grandes,
como la sombra misma dentro de los mismos Andés.
Flotaban por sus labios frescos una sonrisa eternamente dulce, frágil como una brisa
de amanecer; y había tal seducción… y tanto
cariño en su sonrisa, cual peligroso encanto.
Su cabellera era como la cabellera
flotante y misteriosa de una Niágara que fuera,
por el hechizo y magia de un viejo brujo apache,
teñido con el ébano o como el azabache.
De su belleza enorme voló la fama; y luego cada hombre fue a sus plantas esclavo, niño y ciego.
Venían por mirarla desde mil y mil leguas,
en tigres o elefantes, en onagros y yeguas,
los reyes y los príncipes que caían de hinojos
al escuchar su acento y al contemplar sus ojos.
Más de ellos a ninguno quiso enlazar su suerte
y ellos buscaron todos los brazos de la muerte
en el punto que ahora es el salto del río
que fue un abismo tan sin fondo cual sobrío.
Más lo cierto es que hubo de hilarse la hora aquella
en que hasta el astro ama, como el ave y la estrella.
Y adoró locamente y adoró con delirio…
a un Señor que era un Hércules mientras ella era un lirio
y un fulgor de sonrisa, mientras ella fue amor.
La adoró con delirio, lo adoró locamente;
y al mirarse engañada fue de lloró una fuente,
a morir empezase por tanto llorar
y aquel llanto ha corrido desde entonces al mar.
Sin concluir en la noche, sin concluir en el día
por el valle, como una luenga melancolía seperteando cual grácil y adamantina boa;
y aquel llanto es el triste río Mololoa.
Pero el príncipe ingrato no penséis quedó impune.
(Si se ofende a Eros; nadie queda al castigo inmune)
De la niña la muerte se regó por mil voces; lo escucharon los cielos y quisieron los dioses
(de Cupido cual égidas) tomar justa venganza”.
“Al Señor que era un Hércules la ira olímpica alcanza
y del cuello lo toman y lo arrojan de bruces sobre el valle, a las últimas y vespertinas luces.
Al caer se oyó un ruido que retumbó la tierra babeando su cólera lava que hoy aún aterra
y que se hinchó delante toda la humanidad grey;
aquel pétreo cadáver cerro es hoy el Sangangüey.

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